Blue Valentine



1 Decembre 
  

 Un any abans de Drive, la confirmació definitiva de Ryan Gosling, l’actor participa intensament en aquest projecte que explora de manera no lineal una relació amorosa. Podríem preguntar-nos: Per què no contar-ho de forma cronològica? Perquè alguns gestos deixarien de tindre misteri, i s’establiria un déjà vû. A més cal trencar eixa lògica tradicional de tantes pel·lícules, aliena a la vida, sobretot quan la càmera es mou tractant d’atrapar sentiments. Plasmar honestament una història íntima, implica necessàriament que l’espectador es perda al principi, que senta estranyesa i incomoditat davant de la història d’un altre i es reconega voyeur. És el preu inicial que hem de pagar per tafanejar la privacitat. Abans que la història íntima ens afecte, i comencem a entendre el temps que viu una parella, hem de ser conscients d’esta invasió. En Blue Valentine, qualsevol gest significatiu s’explica més avant i així s'estén un pont amb la prehistòria i es torna la mirada sobre el passat d’uns personatges esquius, complexos, impossibles d’entendre en el moment actual. L’interés d’esta història consisteix a solapar l’enlluernament amb la decadència, la màgia amb la quotidianitat, la il·lusió amb la grisa realitat. D’esta manera, el romanticisme es trenca constantment i la seqüència dramàtica xoca amb un instant ple de llum. No hi ha romanç en sentit absolut, ni eclipsi total. La forma de trencaclosques permet que una porta conduïsca al passat, que un gest rime amb el futur. El temps del cinema pot explicar-se en una sola direcció, però el cineasta vol despistar la nostra cultura audiovisual, eixa capacitat que hem adquirit d’avançar-nos, d’endevinar, de veure abans de veure, i proposa un muntatge més rocambolesc. La història es disgrega, es descompon i troba la seua raó en l’interior d’una ment que ordena les imatges, les vivències i els records, seguint una lògica emocional, concebent que l’amor, de la mateixa manera que la violència, només brolla com un eco del passat. Així, un desencontre només pot explicar-se arrapant l’arrel, les circumstàncies de la trobada. Gràcies a esta complexa osmosi de sentiments, que neutralitza qualsevol excés de sucre, Blue Valentine, ha encapçalat recentment un llistat de pel·lícules anti-Sant Valentí. Daniel Gascó LA EROSIÓN DEL TIEMPO Dicen que el tiempo es relativo. Dicen que el tiempo lo cura todo, dicen, pero también lo transforma todo, lo cambia. Y claro, el amor está dentro de ese “todo”. Dicen que en la madurez está aceptarlo, dicen. Pero la inexorabilidad del tiempo jamás nos devolverá “los tiempos de esplendor en la hierba”. Tiempo es también lo que ha necesitado este perfeccionista director -doce años para ser exactos- para realizar esta audaz, conmovedora, sincera y verosímil historia de amor y desamor y, casi tres años, lo que ha tardado en estrenarse en este país, después de estar ya visto por medio mundo y haber desfilado con muy buena acogida de crítica por varios de los mejores festivales de cine, como Gijón, Sundance, Cannes y Toronto. Cosas del tiempo, supongo. Como dice su director y co-guionista, Derek Cinafrance, ha precisado de 66 borradores para dar sentido a esta historia que refleja, sin pretensión de convertirse en manual (tan solo de plantear preguntas), la problemática de la pareja y la imposibilidad de que el tiempo haga perdurar la pasión. A este cineasta americano le interesa sobre todo explorar los problemas familiares -según cuenta en una entrevista-. De hecho, en su primera película Brother Tied trató el tema de la relación entre hermanos y su próximo filme se centrará en las relaciones paterno-filiales (Cruce de caminos, esta sí, estrenada puntualmente en España). En esta ocasión le ha interesado profundizar en el poso del tiempo y en la mella que provoca en la pareja. Pero, frente a los innumerables ejemplos que tratan del enamoramiento, es un hecho que se han realizado muchas menos películas que traten el desamor o la crisis matrimonial. Así, significativos directores lo han intentado escudriñar a lo largo de su filmografía, pero las dudas inquebrantables siguen haciendo poner en cuarentena cualquier tesis concluyente. Así, el existencialista Bergman (Secretos de un matrimonio), el psicoanalista Allen (Maridos y mujeres), Kubrick (en su más que seductor retrato matrimonial Eyes Wide Shut), Rossellini (con ese final tan amargo y dulce a la vez en la obra maestra Te querré siempre), o la Copia certificada de Kiarostami (copia, y a la vez insólita como la original), o Donen en la agridulce Dos en la carretera, todos ellos ejemplos de profundidad y madurez tanto narrativa como de contenido. Inspirada en el álbum homónimo de Tom Waits, Blue Valentines, la BSO la firma un conjunto indie a revindicar, Grizzly Bear, responsables de crear un clima blue, una de las mejores bazas del filme, donde no faltan temas tan románticos como You & Me (Penny & The Quarters), We belong (Pat Benatar), You Always Hurt the One You Love (interpretado por Gosling, tan melómano como el propio Derek Cianfrance). Es evidente que no estamos ante el chico más alegre de la clase, pero sí ante un talento en bruto que, desde luego, ha demostrado sus dotes autorales, su valentía y desnudez de emociones. La historia, basada en la novela de Alyson Tyler, Triste San Valentín, se presenta con varios saltos temporales del presente hacia el pasado a través de flashbacks, donde se va ensamblando un pasado ya muy lejano y constantemente anhelado, y un presente rehuido, como si el tiempo de un plumazo hubiera aniquilado los sueños y esperanzas y les hubiese transformado en otros seres, ahora extraños ante la mirada del otro y ante su propio espejo. Esta apuesta tan valiente y tan difícil de llevar a cabo con éxito, con la que el director consigue ir más allá de la historia per se, nos la presenta desde sus propios protagonistas, desde sus evocaciones, anhelos, deseos y miedos, y no desde la presunta objetividad de un narrador imparcial, pero es también la que le resta naturalidad (al no contarse la historia de forma lineal), porque el hecho de volver al pasado distrae y disminuye la intensidad de algunos momentos que acontecen en el presente, como ocurre con el sobrecogedor desenlace. Por otro lado, es ahí donde cobra importancia y brillantez, pues ya no tenemos una sino dos versiones de la misma historia y, en algunos momentos, contrapuestas. Así, vemos la de un Dean enamorado desde el primer fotograma, y la de ella (Cindy), una mujer insegura que conoce a Dean en un momento de debilidad y se deja amar, confundiendo amor con cobijo y protección; confusión por otra parte que no le impide que afloren sus sentimientos. Cianfrance nos enreda también, pues a veces dudamos del enamoramiento por parte de ella (como si eligiera un padre para su bebé, por desesperación, al estar embarazada). De hecho, dicen que estamos ante una historia de amor, pero a veces parece existir solo de forma unilateral por parte de él, y en otras, vemos una historia de amor fallida por el paso del tiempo. Lo curioso de este desconcierto es que al analizar el tiempo desde estas dos perspectivas es difícil hallar tanto al culpable estricto del declive, como el “momento” decisivo, porque en la mayoría de los casos es el propio tiempo el responsable de todo, ese tiempo que cotidianiza lo que nunca debería ser por su propia naturaleza, que destruye los elementos de los que se nutre la pasión: la espontaneidad, la sorpresa y el juego. Por otra parte hay una clara intencionalidad dual en la película, pasado-presente, hombre-mujer, juventud-madurez, amor-odio, expresada a través del personaje de Ryan Gosling, el alter ego del director, en una opinión que subraya las diferencias vitales entre los dos sexos con cierto toque machista y/o de resentimiento, aunque no exenta de cierta verdad en cuanto al pragmático universo femenino: “Los chicos son más románticos que las chicas -dice Dean en una ocasión- cuando nos casamos es con una chica. Porque aguantamos todo el camino hasta que conocemos una chica y pensamos que sería un idiota si no me casara con esta chica que es tan genial. Pero parece que las mujeres van hacia algún lugar donde solo eligen la mejor opción o algo así. Quiero decir, se pasan su vida buscando al príncipe simpático y luego se casan con el tipo que tiene un buen trabajo y se va a quedar”. Ya que ambos, Dean y Cindy, son muy distintos: él es un hombre conformista, pasional, ingenuo e infantil; ella ambiciosa, madura, pero insegura y fría. Se siente también cierta improvisación entre los dos protagonistas, que se han involucrado en el  proyecto a nivel tanto artístico, como de guión y de producción (como en la saga de Antes del amanecer, aunque me temo que en esta ocasión no habrá trilogía). La interpretación de ellos es sobresaliente (sobre todo ella, Michelle Williams, una actriz a reivindicar por su infinidad de registros, por su expresividad y por su implicación en los proyectos que acomete), de hecho gran parte de la verosimilitud se apoya en el ejercicio actoral y en la sencillez de su puesta en escena, que solo se permite un cierto juego de cámara para diferenciar las dos partes entremezcladas del montaje final (así elige el Super 16mm antes de la boda y el RED post-boda), dejando traslucir una ambientación impostada con cierta pose de estética indie, que resulta tan romántica como terrible, tan bella como melancólica. Tiempo también es lo que han tardado The Weinstein Company  para conseguir que la retrograda censura (MPAA), debido a la escena del cunnilingus, rectificara su clasificación de NC-17 (la moderna X), inmerecida censura sexual que en realidad escondía una crítica hacia esta micro-radiografía de la pareja que incomoda en ciertas ambientes hipócritas y puritanos. Parece que desde todos los ámbitos de poder ideológico se tiende a reivindicar la fase del enamoramiento (y más aún en este mes en el que no conviene indigestar la campaña de marketing de San Valentín e impedir el frenesí comercial), cuando lo duro pero a la vez gratificante es el amor, la etapa que viene después del enamoramiento, donde la pasión deja paso al cariño, la comprensión y la lucha cómplice conjunta. Este San Valentín blue es triste y amargo, pero aún así merece la pena (nunca mejor dicho), como merece la vida en pareja, que pese a saber todos de la mortalidad y fugacidad de la pasión, no por ello dejamos de vivir el desarrollo. Como tampoco, por otra parte, debemos posponer o declinar el fin, si así debe ser. Arantxa Bolaños de Miguel ( HYPERLINK "http://www.miradas.net/2013/02/actualidad/criticas/blue-valentine.html"http://www.miradas.net/2013/02/actualidad/criticas/blue-valentine.html) MALEÏT SANT VALENTÍ Suposem que, a l’hora d’encarar el guió de Blue Valentine, Derek Cianfrance va tenir clar d’entrada que la història d’amor entre en Dean i la Cindy havia de fugir necessàriament ja no d’un relat idíl·lic, sinó també dels tòpics més amanits que l’espectador sol trobar en aquest tipus d’històries. Per tant, Blue Valentine, més que un film absolutament original, se’ns mostra com una aposta decidida enfront la veritable naturalesa de les relacions de parella, la seva gènesi i la seva destrucció. Prenent com a punt de partida dos personatges que, més que pertànyer a la categoria de perdedors, s’han embafat involuntàriament de la grisor de les seves famílies i del seu entorn geogràfic, Blue Valentine ens situa la parella protagonista en el precís moment en què volen gaudir d’una nit íntima i de reflexió allunyats de tot i tothom. L’habitació de l’hotel que trien per l’ocasió, anomenada «Habitació del futur», amb una decoració que oscil·la entre la vulgaritat més impertinent i el kitsch més excèntric, actua com a punt d’inflexió o fins i tot com una mena d’oracle en el qual se’ns relataran –a mode de flashbacks- els orígens ingenus i apassionats de la parella, la seva progressiva descomposició i finalment el seu trist desenllaç. A banda de destacar les excel·lents interpretacions que ens ofereixen Ryan Gosling i Michelle Williams, Blue Valentine ens atrau precisament per la multitud de matisos que introdueix al relat de parella, on els caràcters dels personatges i les circumstàncies vitals a què son sotmesos es mostren amb tota la seva amargor, duresa i sentit tràgic. És en aquesta visió que el director ens ofereix del que significa una història d’amor on el film brilla amb llum pròpia i ofereix tota la seva versemblança, la qual esdevé a les antípodes d’altres relats com els que, per exemple, han protagonitzat Ethan Hawke i Julie Delpy i que es caracteritzen per les presumptes angoixes existencials de dos amics i amants que s’envolten d’una poètica buida de contingut per contar-nos com en són d’interessants i moderns. Carles Ribas (Diari de Girona 08/03/2013) LA FITXA EUA, 2010. 114 minuts Director: Derek Cianfrance. Guió: Derek Cianfrance, Cami Delavigne, Joey Curtis. Fotografia: Andrij Parekh. Música: Grizzly Bear. Productors: Jamie Patricof, Lynette Howell i Alex Orlovsky. Intèrprets: Ryan Gosling (Dean), Michelle Williams (Cindy), Faith Wladyka (Frankie), John Doman (Jerry), Mike Vogel (Bobby). PRÒXIMA PEL·LÍCULA EL EFECTO K. EL MONTADOR DE STALIN / Espanya, 2012 Valentí Figueres Narra la insòlita i llegendària història de Maxime Stransky: actor, revolucionari, falsificador, productor a Hollywood, estret col·laborador de Josef Stalin i amic de Sergei Eisenstein. Actor en el Moscou dels anys 20, va treballar també com a espia i va participar en la Guerra Civil Espanyola i en la Segona Guerra Mundial. Va tindre dues famílies: una russa i una altra nord-americana. Va ser un personatge quasi desconegut fins a la caiguda del Teló d’Acer.

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