Un verano con Mónika


Un verano con Mónica

Ingmar Bergman
"el viaje hacia ninguna parte"
por Alvaro Fierro

De sobra conocida es la descripción del neorrealismo como la corriente cinematográfica nacida en la Italia de la posguerra, donde, a caballo entre el documental y la ficción se mostraba al resto del mundo los implacables efectos “colaterales” del fascismo.
Países como Alemania, Polonia, Francia y la propia Italia quedaron huérfanos de cobertura mediática tras la victoria de los aliados, y pese a ayudas económicas, el trauma que la guerra supuso a Europa dura hasta hoy. Pero un país apenas tocado por la miseria de la contienda como es Suecia, también tenía derecho a relatar las calamidades que sus habitantes sufrían, tanto las monetarias como las sociales y sentimentales.


“Un verano con Monika” (Sommaren med Monika, 1952) quizás sea la obra más completa de Bergmans si de neorrealismo hablamos. Pero no de un neorrealismo a la italiana, sino de un estilo puramente de autor, donde la realidad obrero- social se entremezcla con el sentimiento más trascendental. El realizador sueco, vista la trayectoria de sus siete films hasta la película que nos ocupa, no podía obviar contar y compartir las penurias de una joven de barrio obrero que ansía la libertad y el escape hacia el (su) paraíso. Un universo de sensaciones, en conclusión, que el autor las consideraba suyas.
Monika es una joven de barrio humilde, rodeada de personajes vulgares e intransigentes.
Su padre es alcohólico, habita en una casa sucia...

Forma parte de ese mundo olvidado y cerrado en si mismo que es el extrarradio de la cuidad, un universo de amargura e indefensión que Monika quiere dejar atrás. Ella sue ñ a con las estrellas de cine, con los lujos de la clase burguesa y los caprichos de una mujer de éxito. Sueña, en definitiva, con lo contrario que los de su clase social le han brindado, esto es, penurias y desengaños. Impulsada por ello a imaginarse un mundo idílico sin límites morales, la película se desarrolla por dos senderos antagónicos, como son la representación en clave patética de su mundo urbano, real y duro como la vida misma, y la idílica isla donde, desnuda, se baña con su amante (una clarísima oda a la frustración sexual de su entorno).

Una isla, o un oasis, dentro de la vida de la protagonista que rompe con la estructura típicamente neorrealista que comprende la primera parte del film, para dar paso a los desengaños y las frustraciones que el amor y los sueños nos brindan dentro de un paisaje pleno de luz y calor.

Monika verá que el amor no es puro, que las ataduras que el embarazo, y posterior casamiento obligatorio, le imponen no son para ella, que debe escapar hacia su mundo imaginario, dejar a su marido e hijo, y retornar a esa libertad que, en realidad, no existe.
Comprende que la falsa ética de su familia que le da la espalda es la predominante en su sociedad, y que esa necesidad de huida hacia un mundo mejor, donde estabilizarse, corre pareja a las estaciones del año: es decir, el verano se acaba para dar paso a un otoño de imágenes oscuras, apareciendo como contrapunto a la refulgente luz de las planos de la etapa estival. La secuencia del barco que parte del puerto de Estocolmo para atracar en la felicidad del verano, donde capta en un escaso minuto la belleza de un paisaje veraniego que funde un luminoso cielo con los puentes, haciendo panorámica hacia el palacio real y cortando con la ría, capta, en apenas sesenta segundos, insisto, la felicidad en su estado más puro y virginal.

Monika verá que el amor no es puro, que las ataduras que el embarazo, y posterior casamiento obligatorio, le imponen no son para ella, que debe escapar hacia su mundo imaginario, dejar a su marido e hijo, y retornar a esa libertad que, en realidad, no existe.
Comprende que la falsa ética de su familia que le da la espalda es la predominante en su sociedad, y que esa necesidad de huida hacia un mundo mejor, donde estabilizarse, corre pareja a las estaciones del año: es decir, el verano se acaba para dar paso a un otoño de imágenes oscuras, apareciendo como contrapunto a la refulgente luz de las planos de la etapa estival. La secuencia del barco que parte del puerto de Estocolmo para atracar en la felicidad del verano, donde capta en un escaso minuto la belleza de un paisaje veraniego que funde un luminoso cielo con los puentes, haciendo panorámica hacia el palacio real y cortando con la ría, capta, en apenas sesenta segundos, insisto, la felicidad en su estado más puro y virginal.

Suponiendo que esto fuera el programa de Garci, mi plano favorito sería el mencionado,
ya que resume a la perfección los 90 minutos de poesía y romanticismo que la Monika del film, o cualquiera de las miles de Monikas que la vida impulsa ciegamente a la huida hacia delante, tiene como rechazo intrínseco a los convencionalismos sociales.

Álvaro Fierro (04)

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